Psicología y psicoterapias cognitivas. Psicología positiva. Autoayuda. Investigaciones. Opinión. Neurociencias.

El final del tratamiento terapéutico

| 27/12/08
La psicoterapia fue tallada en sus orígenes de acuerdo con el modelo médico. Esto influyó en todos sus aspectos, incluyendo el modo de evaluar los resultados y la manera de decidir el fin de un tratamiento. Durante muchos años era común decir que los pacientes terminaban su tratamiento cuando alcanzaban el "alta". Mejor dicho, cuando el terapeuta les daba el alta. Para quienes habían recibido una terapia prolongada, esa certificación constituía una especie de garantía respecto de su salud mental, de allí en más.

Hoy percibimos en ese modo de proceder una doble falta. Por un lado, el concepto predispone a cierta sobrevaloración. "Alta", aplicado a las condiciones psicológicas de un individuo, arriesga deslizarse hacia un don o una cualidad de superioridad. Otro error que hoy detectamos es concederle al terapeuta la autoridad para dictaminar sobre algo cuyo único valor real emana de un consenso social.

Con el tiempo, esa situación se revirtió y los ex-pacientes, con frecuencia, padecían más que disfrutaban del "alta" que habían recibido. ¿Por qué ocurría ello? Fundamentalmente, porque se sentían inconscientemente (y, a veces, de modo no tan inconsciente) obligados a un equilibrio emocional y personal muy elevado, exigidos a probar que eran personas sanas y que sabían enfrentar sin sobresaltos los problemas que la vida les planteaba.

En los últimos años esta situación cambió radicalmente. Cambió porque el modelo psicosocial sustituyó al modelo médico en la concepción de psicoterapia y ello significó grandes modificaciones en la manera de definir su modo de operar y de evaluar sus resultados. El concepto de "fin de tratamiento" sustituyó a la noción de "alta", queriendo significarse así que la conclusión de una terapia merece tratarse como un estadio o como parte de un proceso que puede tener otras manifestaciones ulteriores.

La mejor manera de visualizar la concepción cognitiva del final de un tratamiento es observando sus manifestaciones en relación con los siguientes tres tipos de abordajes:

Cuando el tratamiento está dirigido a mitigar el sufrimiento en torno a un problema focalizado, el final del tratamiento está centrado, por lo general, en lograr que el paciente pueda ver disminuidos o eliminados los síntomas por los que consulta.

Cuando el tratamiento está orientado a mejorar maneras específicas de interactuar, el final del tratamiento estará determinado por la capacidad de generar nuevas formas de relación o de comunicarse con los demás.

Si la terapia está dirigida a favorecer el desarrollo personal y, por ende, su objetivo está vinculado con la necesidad de mejorar las condiciones de vida en general del paciente, el final del tratamiento será, lógicamente, mucho más indefinido. La mejor marca del final del tratamiento en ese caso estará dada por la percepción intersubjetiva de que el paciente ha tenido éxito en reorganizar su proyecto personal y que cuenta con un renovado guión que puede habilitarlo para volver a encarar el futuro con esperanza.

La forma más simple de establecer el modo en que ha funcionado efectivamente un tratamiento es cotejar los logros alcanzados con los objetivos establecidos en el contrato inicial. En ese sentido, es recomendable que el paciente y el terapeuta participen conjuntamente, hasta donde les sea posible, en fijar las metas de la terapia.

El final de una psicotrapia se alcanzará cuando esos objetivos se hayan cumplido. O cuando, a pesar de todos los esfuerzos, resulte evidente que no se podrán alcanzar. Porque es indispensable pensar que, a pesar del desarrollo alcanzado hasta el momento, la terapia continúa teniendo obstáculos y limitaciones. No es un procedimiento que pueda garantizar un éxito absoluto. No es razonable tampoco que le exijamos tanto. Es un medio bastante sofisticado con el que cuentan los seres humanos en la actualidad para mejorar sus condiciones de vida y resolver muchas de sus dificultades.

Pero los problemas que los aquejan son innumerables. Y ello también debe tenerse presente en el momento de la finalización de la terapia. Lo que siga de allí en más, en la vida de ese individuo, podrá estar cubierto de nuevas y complejas situaciones que tal vez lo empujen nuevamente a la necesidad de requerir ayuda.

Material consultado:
Terapia Cognitiva. Fernández Alvarez, H. En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos, pág. 245-248, AH Editores, Buenos Aires, 1999.

¿Cuándo puede cambiar la gente?

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Concluyamos con algunas de la condiciones bajo las cuales la gente puede cambiar. La gente puede cambiar:

1.-Cuando pasa de un estadio a otro en el momento que está preparada y no antes.
2.-Cuando aplica los procesos adecuados a su estadio actual de condiciones bajo las cuales intenta dar un paso hacia el cambio de acción.
3.-Cuando sigue una terapia que encaja con su estadio de cambio más que intentar encajar el estadio de cambio preferido de la terapia.
4.-Cuando más que desmoralizarse por sus recaídas, aprende de ellas.
5.-Cuando entiende las complejidades del cambio en vez de reducirlo todo a un solo proceso, tales como la toma de conciencia, el contra-condicionamiento, la fuerza de voluntad o la relación terapéutica.
6.-Cuando trabaja en los niveles más próximos que se adecuan a sus problemas.
7.-Cuando se centra en los niveles más profundos si necesita superarlos.
8.-Cuando comprende su incapacidad de cambiar debido a la atribución incorrecta de niveles de cambio que no se adecuan a su problema.
9.-Cuando entiende que la resistencia al cambio se debe a correspondencias erróneas entre los estadios y/o niveles de cambio del terapeuta y del cliente.
10.-Cuando tiene mejores orientaciones y modelos que le guían a través de los estadios y niveles de cambio.

Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, p. 33, 2001.

Manos a la obra: Estadio de acción

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Para progresar hacia el estadio de acción, se deben aplicar procesos más existenciales como la auto-liberación, procesos más humanísticos como las relaciones de ayuda, y procesos más conductuales como el contracondicionamiento, el control de estímulos y el control de refuerzo. En el estadio de acción se utilizan estos procesos para modificar abiertamente la conducta problemática al menos hasta ciertos criterios mínimos de éxito. El estadio de acción es el período más ajetreado que entraña el mayor uso de procesos particulares de cambio. El estadio de acción dura más tiempo de lo que se espera, generalmente unos seis meses de esfuerzos concentrados antes de que los riesgos de recaída se reduzcan.

Si se pasa de la preparación a la acción y se continúa dependiendo de la toma de conciencia o de la auto-reevaluación existe mayor probabilidad de que se fracase. En este caso, no se está utilizando el proceso de cambio adecuado al estadio en que se halla la persona. No saben cómo cambiar.

Los terapeutas que no utilizan los procesos apropiados al estadio de cambio del cliente no saben cómo ayudar a sus clientes a cambiar. Los terapeutas conductuales, por ejemplo, que aplican el contracondicionamiento y el control de estímulos con los precontempladores o los contempladores probablemente generan resistencia en lugar de progreso. De forma parecida, los terapeutas psicodinámicos (por ejemplo, psicoanalistas) que quieren continuar incrementando la conciencia de los clientes preparados para la acción, también es probable que aumenten la resistencia a la terapia.

La tabla I resume las relaciones que ha revelado nuestra investigación entre los estadios y los procesos de cambio aplicados para hacer progresar hacia el próximo estadio.

No sólo deben aplicarse adecuadamente los procesos de cambio sino que deben aplicarse con la frecuencia y la duración necesarias si se quiere obtener éxito. Se oye comentar frecuentemente que alguien ha acudido a la terapia y que no le ha servido para nada. ¿Pero con qué frecuencia ha acudido? La investigación realizada acerca de las relaciones dosis-respuesta indica que la mayoría de los que acuden a menos de seis sesiones de terapia no reciben las dosis suficientes para producir algún efecto. Los que siguen la terapia durante menos de seis meses tienen menos posibilidades de obtener el beneficio completo de la terapia. Siempre se comenta a los precontempladores que corren el riesgo de dejar la terapia antes de empezar. "Dadnos seis sesiones y podemos obtener una diferencia significativa; dadnos seis meses y podemos obtener una diferencia sustancial". Por diferencia significativa entendemos que podemos ayudarles a progresar un estadio en seis sesiones. Nuestra investigación sobre los fumadores indica que los que progresan un estadio en un mes tienen el doble de posibilidades de dejar de fumar en seis meses. Con seis meses de terapia podemos ayudar al cliente a actuar de forma más eficaz y a reducir, en gran parte, los riesgos de la recaída.

Pero, ¿con qué frecuencia es necesario activar los procesos de toma de conciencia y de auto-reevaluación antes de que se esté preparado adecuadamente para la acción? ¿Con qué frecuencia y por cuánto tiempo es necesario contar con la auto-liberación, las relaciones de ayuda y el contracondicionamiento antes de librarse de los riesgos de la recaída? Desgraciadamente, con la mayoría de los problemas, tenemos pocos o casi ningún dato para decidir en qué medida cada proceso es necesario para progresar. El hecho es que, como científicos y profesionales sabemos demasiado poco acerca de cómo ayudar a las personas a cambiar.

Sin datos adecuados ni un feedback sistemático, mucha gente se ve forzada a depender de un aprendizaje basado en el tanteo para descubrir cómo cambiar. Creemos que ésta es una razón significativa del por qué las recaídas son más una regla que una excepción en lo que se refiere al cambio de los patrones y problemas crónicos. Hemos reformulado la recaída como una oportunidad excelente para aprender, no para ser considerada causa de fracaso. De hecho, la gente que entra en acción y fracasa tiene el doble de posibilidades de tener éxito durante los siguientes seis meses que aquellos que no emprenden ninguna acción durante el primer mes de intervención. La persona que con el tiempo consigue dejar de fumar lo ha hecho después de tres o cuatro intentos serios distribuidos a lo largo de siete a diez años.

Tabla I: Estadios de cambio


Precontemplación - Contemplación

Preparación

Acción - Mantenimiento

Procesos

Toma de conciencia




Alivio dramatizado




Reevaluación del entorno





Auto-reevaluación





Autoliberación




Control de contingencias




Relaciones de ayuda




Contra-condicionamiento




Control de estímulos


Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, pp. 25-27, 2001.

Estadio de preparación

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La preparación es el estadio en el que se pretende emprender la acción en un futuro cercano, normalmente dentro del plazo de un mes. Tal como indica el nombre de la fase, las personas se hallan más preparadas para la acción. Tienen más confianza en sí mismas que los contempladores que pueden controlar su comportamiento problemático. Los pros del cambio, pesan más que los contras. Tienen un plan concreto de cambio y puede que ya estén haciendo pequeños pasos para reducir sus conductas problemáticas. Y en los próximos seis meses, la mayoría de quienes están en el estadio de preparación emprenderán la acción del cambio. Pero, igual que con muchos otros problemas, la mayoría de los que empiezan a actuar fracasarán. Tarde o temprano recaerán en los viejos patrones. Muchas de estas personas no saben cómo cambiar.

Durante nuestra investigación sobre cómo se cambia, hemos descubierto que uno de los secretos del éxito es que se deben utilizar los procesos adecuados de cambio para progresar a través de los estadios particulares del cambio. El progreso de la precontemplación a la comtemplación entraña la aplicación de unos procesos cognitivos y afectivos, como el desahogo catártico o la toma de conciencia. El movimiento de la contemplación a la preparación implica el uso de procesos cognitivos y evaluativos como la toma de conciencia o la auto-reevaluación.

¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, pp. 24-25, 2001.

¿Qué tipo de personas abandona la terapia? Resistencia y cambio en terapia: Los precontempladores

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Se cambia progresando a través de una serie de estadios:

1.- El estadio de precontemplación
La precontemplación es la fase en la cuál no se intenta cambiar el comportamiento en un futuro previsible. Se puede estar en el estadio de precontemplación porque no se es consciente de que los comportamientos son problemáticos. Esta falta de conciencia se puede deber a la ignorancia. También se puede no ser consciente que se tienen problemas a causa de una actitud defensiva. Las personalidades paranoicas o psicopáticas a menudo creen que son los otros que tienen que cambiar, pero no ellos. En el Cuestionario de los Estadios del Cambio, los precontempladores que empiezan la terapia generalmente están de acuerdo con la siguiente afirmación: "No soy yo quien tiene problemas, ni tengo por qué estar aqui."

Los precontempladores también se desmoralizan con respecto a sus habilidades para cambiar. Probablemente han intentado cambiar, pero han fracasado. No creen que pueden cambiar. Al menos no lo pueden hacer sin ayuda externa. La ignorancia, la actitud defensiva y la desmoralización son barreras muy significativas para el cambio. Mucha de estas barreras pueden ser particularmente auto-derrotistas, ya que hace que los precontempladores muestren resistencia a la ayuda exterior que podría facilitar el cambio. Los precontempladores acuden la mayoría de las veces a la terapia porque se ven presionados por la pareja, los pafres, la escuela o el juzgado. No hace falta decir que corren un gran riesgo de abandonar, incluso aunque necesiten más terapia que otras personas en otros estadios de la terapia.

Intentamos predecir quién terminaría la terapia prematuramente. Utilizando los mejores pronosticadores de la literatura de la terapia, tales como la naturaleza, gravedad o intensidad del problema, el status socioeconómico, la edad y el sexo, fuimos incapaces de predecir quién abandonaría prematuramente. Mediante la utilización de medidas relacionadas con los estadios, fuimos capaces de predecir el 93% de los abandonos de la terapia. Los que abandonaron prematuramente estaban claramente en un estadio de precontemplación. Como terapeutas no podemos ayudar a cambiar, sino les permitimos estar en terapia.

No sólo muchos precontempladores no pueden cambiar, sino que muchos no quieren cambiar. Como grupo, consideran que los pros de sus conductas problemáticas pesan más que los contras. Por ejemplo, mientras la mayoría de la sociedad considera que los peligros del tabaco pesan más que los beneficios, los fumadores en el estadio de precontemplación manifiestan el patrón opuesto. Creen que los beneficios pesan más que los contras. Este desequilibrio también puede surgir de la desmoralización respecto a la disonancia cognitiva, llevando a valorar los comportamientos a los cuáles se está enganchado. Finalmente, el desequilibrio puede derivarse de la actitud defensiva, al racionalizar el comportamiento que incremente el riesgo de enfermedad o muerte. Por otro lado, hay algunos precontempladores bien informados que creen que pueden cambiar pero no quieren cambiar ya que en su juicio racional los beneficios del comportamiento pesan claramente más que los costes.

Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, 22-23, 2001.

Evaluación de trastornos de personalidad (Millon)

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Sanchez, R. (2006). Parte V del artículo: "El papel de la personalidad en los trastornos isquémicos-cardiovasculares" En Factores psicológicos y trastornos isquémicos cardiovasculares. Urquijo, S. (comp). Editorial UNMdP, Mar del Plata (en prensa).


IV.II. Evaluación.

Una vez sentados los lineamientos de su modelo, Millon se dedico a desarrollar diferentes instrumentos para operacionalizar sus constructos teóricos. En 1977 aparece la primera versión del primero de esos instrumentos: el Inventario Clínico Multiaxial de Millon (MCMI) (Strack, 1999), diseñado para evaluar trastornos de la personalidad. Posteriormente, fueron diseñados otros instrumentos de personalidad y clínicos para evaluar operacionalmente la teoría y para proveer evidencia empírica acerca de la validez del modelo (Sanchez, 2003a).

La gama de inventarios es amplia e incluye diferentes pruebas orientadas, por ejemplo, a la personalidad patológica (el MCMI, que cuenta a la actualidad con tres versiones) (Millon, 1999b; Millon, 1997b), a los estilos de personalidad (Inventario Millon de Estilos de Personalidad – MIPS) (Millon, 1997a), a los adolescentes, evaluando tanto personalidad normal (Millon Adolescent Personality Inventory, MAPI) como patológica (Millon Adolescent Clinical Inventory, MACI), o a la salud (Millon Behavioral Health Inventory, MBHI) (Strack, 1999).

El instrumento, desarrollado para operacionalizar el modelo psicopatológico, como se dijo, es el Inventario Clínico Multiaxial de Millon [MCMI] (Millon, 1999b). Se trata de una técnica psicométrica de evaluación en psicología clínica y psicopatología, construida en función de la formulación teórica de los patrones de personalidad de Millon, sobre la idea de la personalidad como un continuo entre normalidad y anormalidad. El MCMI resulta, en principio, una prueba adecuada para la evaluación de la personalidad y sus trastornos (Craig, 1999a). Se trata de un eficaz instrumento psicométrico que permite establecer, con precisión y economía, un continuo entre aspectos funcionales y disfuncionales de la personalidad. Así, el MCMI permite un acercamiento a los estilos normales de personalidad y no sólo a los trastornos de personalidad (Choca y Van Denburg, 1998). En adición, el MCMI permite medir también la presencia de ciertas condiciones sintomáticas tales como ansiedad, depresión, hipomanía, abuso de sustancias y otras.

Como se dijo anteriormente, existen en la actualidad tres versiones del MCMI (Millon, 1999b; Millon, 1997b). Las revisiones (en 1987 y en 1994) fueron realizadas para adaptar el instrumento tanto a los cambios sufridos por la teoría cuanto a las modificaciones realizadas en la sección de trastornos de la personalidad en las últimas versiones del DSM (APA, 1988; APA, 1995).

Según Widiger (1999), el MCMI-III es quizás el instrumento más apropiado con el que evaluar empíricamente el modelo teórico de Millon, como el instrumento que más directamente se relaciona con la evaluación del foco central de la teoría de los trastornos de la personalidad. También el MCMI-III podría ser el inventario de auto-informe favorito entre los clínicos para la evaluación de los trastornos de personalidad del DSM-IV (Widiger, 1999). El MCMI-II también resulta un fiel reflejo de la conceptualización teórica de Millon (Choca y otros, 1996).

Un instrumento diagnóstico resulta más útil cuando está relacionado con una teoría comprensiva, como es el caso de esta prueba (Millon, 1992). Según Piotrowski (1997), una revisión de estudios sobre el tema indica que el MCMI ocupa un lugar preponderante entre los tests más frecuentemente usados en la práctica clínica, siendo solo superado por el MMPI en el área de la evaluación objetiva de la personalidad. Otro tanto sucede en la investigación, donde el MCMI resulta el tercer test más usado; sólo el MMPI-2 y el Rorschach han producido más investigaciones (Craig, 1999b).

Existe una controversia en torno a la capacidad del MCMI-III para medir los constructos de la teoría (Sanchez, 2003a). Esta controversia se basa en que, supuestamente, la mayoría de sus ítems fueron reescritos para representar los criterios diagnósticos del DSM-IV en lugar de los constructos teóricos de la teoría elaborada por Millon (Widiger, 1999). Así, es difícil determinar a priori si el MCMI-III evalúa el modelo teórico o los criterios diagnósticos del DSM-IV para el trastorno correspondiente. Sobre el MCMI-II, instrumento ampliamente utilizado aún en la actualidad para evaluación clínica, no existe tal controversia, lo que, en principio, habilitaría a continuar con su uso.

Otra discusión presente en la literatura actual está enfocada hacia los resultados que brinda la prueba. Algunos autores sostienen que las escalas básicas, o algunas de ellas, son más bien medidas de estilos de personalidad antes que de trastornos. Así, desde la perspectiva de Choca y sus colaboradores (Choca y Van Denburg, 1998; Choca y otros, 1992), las escalas básicas de personalidad originales miden estilos más que trastornos de la personalidad. Estos autores consideran que las puntuaciones altas de esas escalas básicas deben considerarse como una medida de las asunciones básicas de la persona, de sus actitudes más destacadas y su forma característica de interactuar, sin dar por sentado que cualquier elevación es señal de patología. En el mismo sentido, Craig (1999a) señala que si bien el MCMI es principalmente un instrumento para la evaluación diagnóstica de los trastornos de la personalidad, existe evidencia de que algunas de sus escalas son medidas de estilos de personalidad y no de trastornos.

Más allá de estas controversias, el MCMI es un instrumento ampliamente usado tanto en investigación como en la práctica clínica. En sus tres versiones, ha generado más de 500 artículos y 6 libros, ha sido traducido a varios idiomas y está siendo usado en investigaciones transculturales (Craig, 1999a; Craig, 1999b). Gracias a este cúmulo de evidencia empírica, se cuenta en la actualidad con un bagaje de conocimientos substancial para tomar decisiones clínicas basadas en los resultados de esta prueba (Craig, 1999b). Si bien originalmente el instrumento fue diseñado para usar con población clínica, se han realizado algunas investigaciones con población no clínica (Craig, 1999b). En nuestro país, se ha utilizado el MCMI-II para evaluar personalidad en pacientes con enfermedades cardiovasculares internados en unidad coronaria (Sanchez, 2003b; Urquijo, Sanchez, Monssón y Heredia, 2001) y en alumnos ingresantes a la carrera de Psicología en una Universidad Nacional (Sans, Calzetti y Morales, 2000).

El MCMI en sus versiones II y III contiene cinco tipos de escalas: escalas de validez y de tendencia de respuesta, escalas de trastornos de personalidad de gravedad leve, escalas de trastornos de personalidad más patológica, escalas de síndromes clínicos de gravedad moderada, y escalas de síndromes clínicos de gravedad acentuada. En total son 22 escalas clínicas (24 en el MCMI-III) y 4 escalas de validez y de tendencia de respuestas medidas a través de 175 ítems dicotómicos, con formato de respuesta Verdadero / Falso, y un tiempo relativamente breve de aplicación (15 a 25 minutos). Las diferentes características de la personalidad son recogidas en las siguientes escalas:

- 4 escalas de fiabilidad y validez: validez, sinceridad, deseabilidad y alteración;

- 10 escalas básicas de la personalidad (11 en el MCMI-III): esquizoide, fóbica, dependiente, histriónica, narcisista, antisocial, agresivo-sádica, compulsiva, pasivo-agresiva y autodestructiva / masoquista (el MCMI-III agrega la depresiva);

- 3 escalas de personalidad patológica: esquizotípica, límite y paranoide;

- 6 síndromes clínicos de gravedad moderada (7 en el MCMI-III): ansiedad, histeriforme, hipomanía, distimia, abuso de alcohol y abuso de drogas (el MCMI-III agrega estrés postraumático);

- 3 síndromes clínicos de gravedad severa (pensamiento psicótico, depresión mayor y trastorno delirante).

Trastornos isquémicos cardiovasculares y personalidad

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Sanchez, R. (2006). Parte I del artículo: "El papel de la personalidad en los trastornos isquémicos-cardiovasculares" En Factores psicológicos y trastornos isquémicos cardiovasculares. Urquijo, S. (comp). Editorial UNMdP, Mar del Plata (en prensa).

I.-Introducción

Desde hace más de dos mil años los hombres piensan que las emociones están relacionadas con el corazón. Así, para los griegos antiguos, las emociones negativas jugaban un rol en la etiología de la enfermedad física. Aristóteles sostenía que el corazón era la sede de toda actividad mental. En el siglo XVII, Harvey, célebre por su obra sobre el sistema cardiovascular, supuso que el corazón era la sede de nuestra vida mental y emocional y escribió que "se considera al cerebro el príncipe de todas las regiones. Sin embargo, nadie disputa este puesto al corazón porque su gobierno es amplio, pues el corazón se contempla en las criaturas que necesitan un cerebro." (Segal, 1994). Para Harvey, cualquier afección de la mente, acompañada de dolor o placer, esperanza o miedo, se relaciona con el corazón.

Más allá de estos antecedentes históricos, en la actualidad la asociación entre las emociones y el corazón está firmemente establecida por la ciencia. Ya desde los primeros años del siglo XX se sabe que las enfermedades cardiovasculares se vinculan con distintos aspectos psicológicos. Así, la propensión psicológica suele considerarse como uno de los factores de riesgo más relacionados con la aparición de trastornos isquémicos cardiovasculares (TIC) (Marusic, 2000). Los mecanismos por los cuales los factores de riesgo psicológico influyen sobre el sistema cardiovascular, sin embargo, aún no están tan claros como en el caso de los factores biológicos. Factores tales como rasgos de personalidad, ciertas características conductuales, y estrategias de afrontamiento al estrés, entre otros, han sido reconocidos por su relación con la aparición de los TIC. Al parecer, los mecanismos biológicos podrían ser mediados por influencias psicológicas para determinar la enfermedad coronaria (Marusic, 2000).

Los estudios realizados hasta la fecha han evidenciado de manera clara y convincente cuales son los factores psicosociales que contribuyen significativamente en la patogénesis y en la expresión de los TIC. Estos factores se expresan principalmente en cinco campos: 1) depresión, 2) ansiedad, 3) personalidad y rasgos de carácter, 4) aislamiento social y 5) estrés crónico (Rozanski, Blumenthal y Kaplan, 1999). Estos factores, presentan una influencia tanto en el surgimiento de la patología como en su curso. Por ejemplo, los estudios de seguimiento de sujetos que han sufrido un infarto de miocardio, indican un pronunciado deterioro físico, psicológico y social, tras abandonar el hospital, que parece relacionarse con la reacción psicológica provocada por el mismo hecho de sufrir un infarto, más que con el grado de deterioro del sistema cardiovascular (Bueno y Buceta, 1997). Esto es, existe una mayor relación entre la presencia de trastornos emocionales post-infarto y ciertas variables relacionadas con la evaluación subjetiva del paciente (como el grado de preocupación por el estado de salud, la presencia de trastornos emocionales pre-infarto y otras) que con los índices de severidad de la enfermedad física.

Diversos ensayos clínicos han demostrado que la modificación de factores de riesgo determina una marcada reducción en la morbilidad y mortalidad cardiovascular (Fundación Interamericana del Corazón, 2000). Asimismo, quedó demostrado que algunos de esos factores están influenciados por el estilo de vida particular de cada persona y que ciertos factores individuales parecen estar relacionados con la discontinuidad en los tratamientos. En líneas generales, se considera que para poder cumplir con los objetivos de un plan de prevención secundaria se requiere de dos pasos necesarios: cambio en el estilo de vida y adhesión al tratamiento. Ambos son temas complejos, que no ameritan explicaciones unicausales y donde los factores psicológicos deben ser considerados. El tema adquiere importancia mayúscula si se considera que las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte en nuestro país siendo el infarto agudo de miocardio una de sus formas más agresivas (Hirschon y otros, 1998).

En el siguiente trabajo nos centraremos en uno de los factores psicológicos relacionados con las enfermedades cardiovasculares: la personalidad.

Determinación personal vs. situacional: Triada de la personalidad

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Parte IV del artículo: "Personalidad, temperamento y sociedad"
Roberto Oscar Sanchez.
Lic. en Psicología, Especialista en Docencia Universitaria Psicoterapeuta Centro de Asistencia Psicológica Mar del Plata, Profesor Seminario de Orientación Trastornos de la Personalidad, Universidad Nacional de Mar del Plata Profesor Teorías de la Personalidad, Universidad Atlántida Argentina Miembro del Grupo de Investigación en Psicología Cognitiva y Educacional, UNMdP
En “Violencia, personalidad y sociedad”. G. González Ramella (comp.), Editorial Akadia, Buenos Aires, pág. 233-260, 2007.

3. Discusión.
Decíamos al comienzo que de acuerdo con la mirada que tuviéramos sobre la personalidad así sería como veríamos su contribución al fenómeno de la agresión y la violencia. Posteriormente revisamos dos amplios modelos para entender a la personalidad, adentrándonos apenas en sus características más esenciales. Perviven en dichos modelos los resabios de una vieja disputa de la psicología, disputa que se conoció, allá por fines de los 60 como el “debate persona-situación” que básicamente enfrentaba una concepción de la personalidad centrada en los rasgos (la persona) con otra centrada en aspectos más ambientales (la situación), parcialmente zanjado por el interaccionismo, según el cual la conducta de una persona resulta de la interacción recíproca entre los atributos personales y las características de la situación.

Recientemente, Funder (2006) ha retomado el tema de la dicotomía entre la determinación personal y situacional del comportamiento postulando una “tríada de la personalidad”: personas, situaciones y comportamientos donde, como hemos sostenido aquí, cada elemento se entiende y puede predecirse en término de los otros dos. Según el autor la tríada está en la base no sólo del debate sino de toda la psicología de la personalidad. Es la particular relación de interdependencia entre las tres variables la que puede explicar las peculiaridades de la personalidad. El debate siempre se asentó sobre bases falsas por lo que cuesta entender porque persiste. Pero estos análisis, aunque útiles, pueden ser potencialmente engañosos si nos llevan a olvidarnos de la dependencia mutua de estas variables. Como sostiene el autor, una situación sin personas no tiene ningún significado psicológico. Cada comportamiento tiene que ser hecho por alguien, en alguna parte. Una persona no puede existir fuera de una situación, y una persona que ha dejado de tener comportamientos está muerta.

Al estudiar un fenómeno interpersonal, voluntaria o involuntariamente, adoptamos una de las dos visiones que hemos repasado sobre la personalidad. Cuando pensamos en la violencia, ¿pensamos a la persona como acorralada entre los determinantes biológicos por un lado y las condiciones no menos determinantes del ambiente por otro? ¿De una persona violenta sólo podemos decir que tiene alta extroversión y neuroticismo, y baja amabilidad y responsabilidad (desde el modelo de los “cinco grandes”) o altos niveles de extroversión, oposicionismo, impulsividad y de desregulación emocional (según el modelo en el que está trabajando la APA)? Esto es, ¿consideramos al temperamento como único determinante de su conducta?
Cabe señalar además que considerar que la personalidad depende en parte del ambiente no necesariamente conlleva la aceptación de las hipótesis cognitivo sociales. Si se piensa a un ser humano como respondiente, reactivamente, del ambiente estamos más bien frente a un resurgimiento del perimido conductismo que frente a una concepción cognitiva. El sociocognitivismo conlleva además la concepción de un ser humano activo frente al ambiente, tal como hemos comprobado hasta aquí. La conducta no surge de la mera interacción de variables personales y ambientales, se trata más bien de un interaccionismo recíproco donde las tres variables determinan y son determinadas. Así, puede coincidirse con Funder (2006) cuando sostiene que puede ser útil pensar en comportamientos tales como la agresión en términos de ciertas combinaciones de persona y situación bajo las cuales es muy probable la expresión de la agresión. Al mismo tiempo, tal análisis puede iluminar las dinámicas psicológicas que son la base de tales comportamientos.

La psicología cognitiva, en su actual versión socioconstructivista, nos posiciona de manera distinta al momento de entender fenómenos como el de violencia. La importancia de los modelos y de cómo la propia sociedad refuerza ciertos comportamientos permite un acercamiento más basado en lo social al fenómeno estudiado. Así, la violencia resulta una manera de ser que se aprendió para estar en este mundo por lo que resulta pasible de ser des-aprendida para aprender otro tipo de comportamiento más prosocial.

Si consideramos que lo más determinante al momento de pensar la personalidad es lo biológico, y que el ambiente solo puede modularlo, sin crear verdaderas estructuras de personalidad, la solución también pasará por lo biológico. En otras palabras, si mis rasgos, si mi temperamento me llevan a ser violento son esos rasgos, ese temperamento, lo que debo aplacar para tener un comportamiento más prosocial. Pero como sostiene Bandura (1999):
El valor de una teoría psicológica se juzga no sólo por su poder explicativo y predictivo sino también por su poder operativo para guiar el cambio en el funcionamiento humano. Una taxonomía descriptiva de comportamientos agregados no ofrece ninguna guía respecto a cómo efectuar el cambio personal o social. La teoría cognitiva social proporciona un gran cuerpo de conocimientos específicos para desarrollar las estructuras cognitivas y promover los procesos de los sistemas que gobiernan la adaptación y el cambio humano… la teoría proporciona pautas explícitas acerca de cómo estructurar las condiciones que fomentan el cambio personal y social. Como sostiene Bandura, los seres humanos tienen una capacidad sin par de hacer muchas cosas.

Las cualidades que cultivan y los trayectos de vida a los que llegan a estar abiertos son determinados en parte por la naturaleza de los sistemas sociales a los cuales confían su desarrollo. Las sociedades que permiten explorar capacidades, que inculcan un sentido robusto de eficacia, que crean estructuras de oportunidades, que proporcionan recursos de ayuda, y que no prohíben el aumento de la autodirectividad, hacen más posibles las ocasiones en que la gente realizará lo que desea hacer. Inversamente, aquellas sociedades menos estables, que ofrecen menos oportunidades y proporcionan menos recursos estarán preparando el campo para una mayor prevalencia de rasgos disfuncionales y de trastornos de personalidad. Y quizá aquí encontremos un punto de articulación entre las dos visiones de la personalidad que venimos revisando.

Dos usos del término cognición

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Un uso estrecho o restringido del término cognición lo circunscribe a las operaciones ideativas, casi exclusivamente racionales, que cimentan las operaciones intelectuales. Un buen ejemplo de ello puede observarse en la obra de Piaget.

El cognitivismo apareció en escena, como sabemos, marcando un cambio dramático de orientación en el desarrollo de la psicología. Ello ocurrió a mediados de los 50, y fue el producto de las dificultades con que se había topado el paradigma dominante en ese entonces, el conductismo, para explicar los procesos de pensamiento y las funciones superiores del psiquismo. Un hito notable de esa transición es la famosa polémica Skinner-Chomsky.

Pero, a pesar de los grandes aportes generados por esta nueva concepción, no faltaron críticas a la nueva teoría. El cognitivismo fue cuestionado por su presunto reduccionismo, que fue denunciado en tres planos: a) por haber descuidado los componentes emocionales, b) por haber dejado de lado los aspectos inconscientes y c) por haber desconsiderado los aspectos sociales de la conducta.

La psicología cognitiva rechazó esas críticas, considerándolas infundadas. En su lugar, resaltó los nuevos aportes y las posibilidades de avance que ofrecía a la ciencia psicológica.
Por cierto, la naciente psicología cognitiva había invertido los términos de la investigación de la conducta, colocando en primer plano el estudio de los procesos interiores, es decir, los misteriosos fenómenos alojados en el interior de la caja negra, que habían sido descartados desde siempre por el conductismo.

Para ello se apoyó, inicialmente, en el Paradigma del Procesamiento de Información (Norman, 1987) ayudando al desarrollo de un nuevo modelo de mente, que tuvo diferentes abordajes conceptuales. El correlato epistemológico de estos desarrollos se concretó en las distintas teorías vinculadas con la Filosofía de la Mente (Rabossi, 1995). El funcionalismo y el conexionismo fueron algunas de las más representativas. Nuevos conceptos ocuparon el primer plano de la escena psicológica, como patrones, guiones, esquemas y mapas. Las terapias cognitivas habrían de implementar estos nuevos instrumentos conceptuales en el intento por alcanzar una nueva comprensión de los fenómenos mentales.

Los dos temas más inquietantes que abordó fueron los de la representación y la conciencia. La teoría representacional de la mente, tal como fuera expuesta por diversos importantes autores (Perner, 1994), tiene su punto de partida de la era moderna en la obra de Kant. La representación constituye, uno de los pilares de esta concepción. También uno de los puntos más urticantes. En torno a él se sitúa el límite que divide las posiciones dominantes de este campo.
La conciencia, a su vez, recupera gracias a la corriente cognitiva, un lugar central en el debate psicológico que había perdido durante décadas. Retoma un lugar central, apoyada en la importancia del concepto de intencionalidad. Con ello aporta nuevas líneas de investigación en relación con motivos, razones, deseos y creencias.

El uso amplio del concepto de cognición la define como el proceso de conocimiento significativo que llevan a cabo las operaciones mentales orientadas a desarrollar y sostener la identidad personal y social. Este modo de concebir lo cognitivo se encuentra claramente expuesto en la obra del último Bruner. Su punto de partida puede rastrearse hasta las primordiales formulaciones de Pierce sobre el papel del signo. Pierce, inaugura una tradición cuyos avatares llegan hasta nuestros días, según la cual la representación es una interpretación y no una mera duplicación o réplica de la realidad (Pérez-Carreño, 1988). La actividad representacional de la mente se presenta, en esta versión, como una tarea constructiva de la experiencia.

Material consultado:
El panorama de la terapia cognitiva. Fernández Alvarez, H. En "La psicoterapia y las psicoterapias", Humberto Mesones Arroyo (comp), pág. 131-132. Ananke, Buenos Aires, 2004.

Introducción a la psicología de la personalidad

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Parte I del artículo: "Personalidad, temperamento y sociedad"
Roberto Oscar Sanchez.
Lic. en Psicología, Especialista en Docencia Universitaria Psicoterapeuta Centro de Asistencia Psicológica Mar del Plata, Profesor Seminario de Orientación Trastornos de la Personalidad, Universidad Nacional de Mar del Plata Profesor Teorías de la Personalidad, Universidad Atlántida Argentina Miembro del Grupo de Investigación en Psicología Cognitiva y Educacional, UNMdP
En “Violencia, personalidad y sociedad”. G. González Ramella (comp.), Editorial Akadia, Buenos Aires, pág. 233-260, 2007.

Al reflexionar sobre el tema de la violencia y la agresión (que puede definirse como cualquier forma de conducta que daña o hiere a otra persona y a la violencia como una agresión extrema) surge una certeza y es que no puede considerarse que tales cuestiones responden a una única causa sino que son el resultado de la confluencia de múltiples factores, constituyendo fenómenos bio-psico-sociales, por lo que su comprensión requerirá del aporte de diferentes disciplinas. Preguntas tales como el origen biológico de la violencia y de la agresividad, como pueden desarrollarse desde la infancia y la adolescencia hasta la vida adulta, como puede influir la familia y la sociedad en ese desarrollo, entre otras, necesitan una respuesta para la cabal comprensión del fenómeno. Y otro tanto podría plantearse si pensáramos en la prevención o en la modificación de tales actitudes y conductas. Uno de los factores insoslayables al momento de abordar estos fenómenos es el de la personalidad. Bien sabido es que existen ciertas personalidades más violentas o que predisponen hacia actitudes más agresivas. Por lo tanto, según se entienda la personalidad así se entenderá su contribución a estas cuestiones. La mirada que tengamos sobre la personalidad, sobre su gestación y sobre su mantenimiento (o cambio) en la vida adulta, es la misma mirada que tendremos respecto a su asociación con la violencia. En este trabajo, en consecuencia, se planteará un acercamiento crítico respecto a los principales aportes actuales sobre el tema de la personalidad como un intento de colaborar con ese entendimiento.

Introducción.
¿Qué se ha hecho de la psicología de la personalidad? La psicología de la personalidad, como constructo científico, tiene una corta y errática historia. Para muchos autores su inicio se remonta a 1937 cuando Allport publica su libro “Personalidad: una interpretación psicológica”. Ya en el prólogo, el autor sostenía que su obra era una respuesta a la necesidad de definir un nuevo campo de estudio que había surgido dentro de la psicología: la psicología de la personalidad. Allport definía la personalidad como “la organización dinámica, dentro del individuo, de aquellos sistemas psicofisiológicos que determinan sus ajustes únicos a su ambiente”. Difícilmente pueda decirme más con tan pocas palabras. En esta definición Allport nos dice que la personalidad es dinámica (por lo que se encuentra en constantes cambios y crecimientos), que tiene una organización (por lo que ese dinamismo no es aleatorio), que implica tanto aspectos físicos cuanto psicológicos (conformando una unidad), que tiene una estructura conformada por sistemas, y que determina (o sea activa u orienta pensamientos y conductas específicas) nuestro ajuste al ambiente (por lo que tiene funciones de supervivencia dentro de un marco evolucionista). Finalmente, la personalidad, decía Allport, nos hace únicos, hace que cada persona sea distinta a todas las otras.

Pero más allá de este venturoso comienzo, el concepto de personalidad, como bien suele recordar el destacado psicoterapeuta Héctor Fernández Álvarez, aparece y desaparece dentro del pensamiento psicológico a lo largo del resto del siglo XX. Luego de períodos de crecimiento y períodos de crisis, de momentos dedicados a grandes teorías y momentos dedicados a la elaboración y medición de constructos, la disciplina resurge a mediados de la década del 80 y entra al nuevo siglo con fuerza y en constante expansión. Los vaivenes que ha padecido la psicología de la personalidad durante la segunda mitad del siglo XX pueden advertirse en aspectos concretos como por ejemplo la aparición (o desaparición) en los programas de estudio de las carreras de psicología. Ahora la personalidad parece querer recobrar la importancia de otrora recibiendo un sostenido impulso desde dos frentes. Por un lado, por los continuados desarrollos teóricos con aportes tales como los de la psicología cognitiva de cuño social (como los de Bandura o Mischel), el modelo de los cinco grandes factores de la personalidad de Costa y McCrae (herederos de la tradición factorial, desde Galton hasta Cattell y Eysenck), los modelos de personalidad de Millon (el de aprendizaje biosocial y el evolutivo), el modelo psicobiológico de temperamento y carácter de Cloninger, la teoría del temperamento de Buss y Plomin, el modelo integrativo de Opazo (desde un contexto científico muy próximo al nuestro), el modelo de las líneas rectoras esenciales de Berdichevsky (ingente esfuerzo teórico surgido en nuestro país), y tantos otros.

El otro impulso que está recibiendo la psicología de la personalidad proviene del creciente interés que están recibiendo los trastornos de la personalidad (TP) dentro de la psicopatología actual. Estos trastornos tuvieron un lugar periférico en las dos primeras ediciones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales (DSM), situación que se revertiría en 1980 con la aparición del DSM-III donde los TP tuvieron un eje de diagnóstico propio. Cabe señalar el
trabajo pionero de Theodore Millon en este campo, quien en su obra seminal de 1969, “Psicopatología Moderna. Enfoque biosocial de los aprendizajes erróneos y de los disfuncionalismos”, ya señalaba la importancia de considerar con atención la personalidad al momento de entender la psicopatología de cualquier persona que requiriera asistencia para su salud mental, sentando las bases del estudio de la personalidad y su patología para las próximas cuatro décadas (Sanchez, 2003). Millon fue el primero en advertir, ya en la década de los 60, el aumento constante y sostenido de casos no caracterizados por síntomas agudos y graves sino por problemas persistentes y moderados de relación interpersonal.

Con el tiempo, el modelo categorial de los TP instalado en el DSM-III (y mantenido sin cambios sustanciales en las siguientes versiones del Manual) se he hecho insostenible y la creación de un nuevo modelo, dimensional, mantiene ocupado a teóricos y clínicos y en un estado de efervescencia pujante a la disciplina. El fin de siglo coincidió (adoptando una fecha, de manera un tanto arbitraria) con este nuevo interés. Así, el Journal of Personality Disorders (quizá la publicación más destacada en el campo de los TP) dedico al tema dos números de su volumen 14 (el 1 y el 2), del año 2000, con aportes de autores tales como Robert Cloninger, Theodore Millon, Tomas Widiger, John Oldham, John Livesley, y otros. Posteriormente, en el año 2005, dedicaría otros dos números del volumen 19 (el 2 y el 3) a reseñar los avances que llevarán a un modelo dimensional de los TP. Temas tales como los modelos dimensionales alternativos para los TP, las contribuciones de la genética a una clasificación dimensional de los TP, los antecedentes infantiles de los TP, la utilidad de un modelo dimensional para ayudar a la toma de decisiones clínicas, o las cuestiones referidas a cobertura y puntos de corte, entre otros, se debaten en dichos números. Dentro de la profusa bibliografía respecto al estado del arte de los TP también puede citarse un interesante artículo de Robert Farmer (2000), o el capítulo sobre TP de Michael First del libro “A Research Agenda for DSM-V” publicado por la American Psychiatric Association (APA) en 2002. Estos y otros aportes, que sería inoportuno detallar aquí, están dando cuenta de la importancia con que se está considerando a la personalidad y a sus trastornos en el campo de la psicopatología actual.

Según Funder (2001), la psicología de la personalidad está extraordinariamente activa en el presente, quizás más que nunca en su historia. Desde la última década del siglo XX se ha observado un dramático aumento en investigación, conferencias, trabajos enviados a revistas para su publicación e interés de los estudiantes.

En síntesis, entonces, estamos en los albores de una nueva época de esplendor de la psicología de la personalidad, con ricos y prometedores aportes desde diversos enfoques teóricos, con un sostenido interés de científicos y clínicos, y con importantes vías de comunicación abiertas con la psicopatología. Sin embargo, ¿qué psicología de la personalidad debemos esperar para los próximos años?, todo el esfuerzo del que hemos dado cuenta hasta aquí, ¿hacia donde nos está llevando? Para encontrar siquiera un esbozo de respuestas a estas preguntas debemos tener en claro cuales son las líneas de fuerza preponderantes dentro del panorama descrito anteriormente.

Del psicoanálisis al cognitivismo

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La versión más difundida de la historia de los orígenes de la terapia cognitiva cuenta que se desarrolló a partir de las terapias comportamentales al trasladar al ámbito clínico el cambio vivido entre los años sesenta y setenta del siglo XX en los enfoques cognitivos de las teorías comportamentales en el ámbito de la psicología básica.

Como sucede a menudo en la historia de los orígenes de cualquier fenómeno, también aquí algunas verdades van acompañadas de simplificaciones e imprecisiones que amenazan con arrojar una falsa imagen del conjunto. En los textos donde Ellis y Beck exponen la formación de sus ideas, las referencias al comportamentalismo son sorprendentemente escasas y casi siempre en un mismo sentido. Su horizonte problemático parece formado, principalmente, por el psicoanálisis, en cuyo seno se habían formado y que supuso para ambos una referencia crítica en función de la cual diferenciar el desarrollo de sus propias ideas.

En efecto, un aspecto que a menudo se pasa por alto es la importancia en la historia de la terapia cognitiva estándar de la formación psicoanalítica de Ellis y Beck, así como la crisis del psicoanálisis en Estados Unidos, de la que fueron testigos. Pero es que, además, para entender algunas características e incluso algunas incompatibilidades propias de la terapia cognitiva estándar es importante considerar el trabajo de Ellis y, sobre todo, de Beck, como una reacción, al menos en parte, a la crisis de la teoría clínica psicoanalítica, que también vivieron muchos jóvenes y brillantes analistas norteamericanos de su generación.

¿En qué consistía esa crisis? Esencialmente en la relación problemática que se percibía entre los dos niveles de la teoría psicoanalítica diferenciados por Rapaport (1960): la teoría clínica y la metapsicología.

En Estados Unidos, antes que en ninguna otra parte, la metapsicología de las pulsiones empezó a considerarse un conjunto mal definido de conceptos erróneos que derivaba de una neurobiología decimonónica obsoleta (Holt, 1988). De ahí que se planteara el problema de hasta qué punto la teoría y la práctica clínicas estaban invalidadas por tesis generales de tipo metapsicológico consideradas ya inaceptables.

La exigencia de una aproximación heurística que permitiese una formulación del problema, que el paciente pudiese compartir con su propia experiencia personal, era un sentimiento común y fuerte.

Lo que interesa mostrar es cómo nació la aproximación cognitiva estándar en un contexto de ideas y problemas ampliamente compartidos por los psicoanalistas norteamericanos en un determinado momento histórico. Entre estas exigencias, una de las más importantes puede expresarse con la fórmula siguiente: renovar la teoría y la praxis clínica a partir de lo que piensa y siente concretamente el paciente.

Material consultado:
Origen y desarrollo del cognitivismo clínico. Semerari, A. En "Historia, Teorías y Técnicas de la Psicoterapia Cognitiva" (cap. 1, pág. 20-23), Paidós, Barcelona, 2002.

¿Qué es la psicología unificada?

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La Psicología unificada es el estudio multiparadigmático, multidisciplinario e integrado de los fenómenos psicológicos a través de las operaciones convergentes. Las operaciones convergentes se refieren al uso de múltiples metodologías para estudiar un solo fenómeno psicológico o problema. Usando metodologías de convergencia múltiple (por ejemplo, operaciones convergentes) para el estudio de un único fenómeno psicológico o problema, estandarizamos el origen de los sesgos. Las operaciones convergentes pueden producir conocimientos sobre el fenómeno psicológico que son incomprensibles para cualquier metodología única.

La Psicología unificada implica abandonar, o al menos, dejar a un lado lo que creemos que son tres malos hábitos usuales entre algunos psicólogos. Esos malos hábitos son:

a) exclusiva o casi exclusiva dependencia de una sola metodología (por ejemplo, medida del tiempo de respuesta) antes que múltiples metodologías convergentes para el estudio de los fenómenos psicológicos.

b) identificación de expertos en psicología en términos de subdisciplinas psicológicas (por ejemplo, psicología social o psicología clínica) antes que en términos de los fenómenos psicológicos que ellos estudian.

c) adhesión a paradigmas específicos para la investigación de fenómenos psicológicos (por ejemplo, conductismo, cognitivismo, psicoanálisis).

Material consultado:
Sternberg, R.J. & Grigorenko, E.L. (2001) “Unified Psychology” American Psychologist. Vol. 56, nº 1059 –1079.

Publicaciones psicológicas y bases de datos

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¿Cuantas contribuciones a la ciencia psicológica son publicadas anualmente?

Las publicaciones toman diferentes formas incluyendo artículos en Journals y capítulos en libros, monografías, informes de laboratorio, manuales y libros de texto.

El número anual de ítems sumados a la base de datos de PycINFO de la Asociación Psicológica Americana (APA), el cual incluye principalmente artículos de Journals de altos standards científicos, en inglés y otras lenguas, más el número anual de libros y capítulos de libros alcanza un total de alrededor de 60.000 publicaciones psicológicas. Esto no abarca todas las clases de publicaciones de investigación. Hay muchas contribuciones a la investigación que no figuran en esa base de datos por ser publicadas en journals que no alcanzan los standards requeridos para integrarla por su discontinuidad o por falta de evaluadores independientes de los artículos. Es interesante mencionar que, aún considerando este número como una subestimación de lo que se publica, esta cifra coincide aproximadamente con el número total de psicólogos que se dedican a la investigación como única o segunda actividad. Esto quiere decir que cada uno de ellos estaría publicando como promedio un artículo por año de alto nivel científico.

La APA comenzó a publicar los "Psychological Abstract" en 1927. Incluye resúmenes no evaluativos de artículos de Journals de Psicología y ciencias afines, tomados de 1300 publicaciones de 28 idiomas y 50 países. Los P.A obtiene su material de la base de datos PycINFO, esto es un archivo computarizado de cerca de 700.000 referencias acumuladas desde 1967 (hasta 1990). Pero la base de datos incluye también otro tipo de publicaciones, por lo que se estima que los P.A cubren un 20% de lo que se publica. Desde 1988, los P.A incluyen solo resúmenes de artículos publicados en inglés que representan alrededor de 35.000 publicados por año.

The Annual Review empezó a publicarse en 1950. Es un volumen anual de cerca de 20 capítulos. Cada uno de ellos provee una evaluación crítica de los hallazgos recientes y los avances teóricos en un campo particular de investigación. Estos datos son hasta el año 1991 pero desde entonces se incorporó la posibilidad de acceder a otras bases de datos, pero simplemente a través de Internet y desde una simple terminal domiciliaria. Este fenómeno ha producido un nuevo crecimiento geométrico de la información de un alcance nunca visto con anterioridad y de un acceso cada vez más facil. Por todo esto, es que el problema ahora no es cómo acceder a la información sino cómo no perderse en ella.

Una visión superficial puede hacernos creer que toda esta situación nos iguala con los países desarrollados, pero esto no es así. La diferencia de recursos materiales que éstos invierten, los subsidios que obtienen y la producción que esto genera ha provocado que la brecha con nuestros paises sea cada vez más marcada (cómo en muchos otros aspectos).

Material consultado:

Garcia, F. (2002) “Panorama actual de la Psicología”. Material de elaboración de la cátedra de Sistemas Psicológicos Contemporáneos II (UNMDP - Argentina).

Principios genéricos de la terapia cognitiva

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1) El objetivo central de la terapia es la promoción de cambios cognitivos (cambios en las ideas, en las emociones y en las evaluaciones).

2) Todo tratamiento debe estar diseñado de acuerdo con el principio de promover la menor cantidad de cambios necesarios para alcanzar los objetivos deseados.

3) Las metas a alcanzar deben estar ordenadas gradualmente, de menor a mayor grado de complejidad.

4) La terapia utiliza un procedimiento que se ajusta a la forma del método socrático.

5) El terapeuta cumple, frecuentemente, un rol activo y directivo en relación con los cambios que se buscan.

6) El proceso terapéutico requiere de una activa colaboración entre el paciente y el terapeuta.

7) El tratamiento incluye, habitualmente, tareas intersesión.

Material consultado:
Terapia Cognitiva. Fernández Alvarez, H. En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos, pág. 231-232, AH Editores, Buenos Aires, 1999.

Problemas de la psicología contemporanea

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Cuatro vicios principales a los cuales, es especialmente propensa la psicología contemporánea. Estos son:

1) El cienticismo: el uso de un vocabulario confuso y métodos de investigación tomados principalmente de las ciencias físicas (también llamado logicismo).

2) El individualismo: el supuesto de que cada persona es una unidad psicológica en la cual se producen todos los procesos importantes.

3) El universalismo: la tendencia a presentar los resultados de los estudios de las personas pertenecientes a la propia "tribu" como si fuesen valederos para toda la humanidad.

4) El causalismo: el intento de explicar todos los fenómenos psicológicos como efectos de unas causas.

El examen de estos problemas nos lleva a analizar la relación de las ciencias biológicas por un lado y con el sentido común por el otro. La psicología no es una rama de las ciencias naturales, aunque los mecanismos de producción del pensamiento, el sentimiento y la acción en los seres humanos son, por lo menos en parte, psicológicos. Del mismo modo, la psicología no puede ignorar el sentido común, pues es conforme a los principios y comprensiones del sentido común que vivimos. Sin embargo cabe la posibilidad de una psicología que es algo más que un sentido común organizado.

Material consultado:
Harré, R. ; Clark, D. Y de Carlo, N. (1989) “Motivos y Mecanismos” Buenos Aires. Paidós. Prólogo y Cap. 1 p.14.

Características de la terapia cognitiva estandar

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Partiendo de estos conceptos, Beck elaboró un modelo de intervención clínica activo, breve, focal y de fácil reproducción que, gracias a estas características, pudo someterse rápidamente a estudios controlados para verificar su eficacia. Las tesis fundamentales que sustentan este modelo son esencialmente tres:

1) Una característica central de los desórdenes psicológicos la constituye la presencia de un conjunto de esquemas o modelos cognitivos inadaptados que regulan de forma patógena la elaboración de información.

2) Estos modelos se expresan por medio de los pensamientos automáticos y la imaginación consciente. Así pues, paciente y terapeuta colaboran juntos para aclarar los esquemas y las tesis inadaptadas que sustentan estos procesos, mediante el análisis de los procesos de pensamiento que guían la vida actual del paciente e influyen sobre sus vivencias emocionales. A este respecto, la terapia cognitiva estándar obliga a una actitud introspectiva y dirigida al insight, entendiendo -con este término- el proceso de tener conciencia de los significados personales con los que el individuo organiza las experiencias correspondientes a sí mismo y al mundo.

3) Los esquemas se expresan en forma de convicciones y creencias y, como tales, se someten al análisis lógico y la verificación empírica. Este proceso parte de una distanciación crítica y apunta hacia una modificación de las tesis inadaptadas que, a su vez, conlleva una corrección en el proceso de elaboración de la información que aligera la sintomatología clínica. De ahí que el proceso general de la terapia se asemeje al que se lleva a cabo habitualmente en una investigación científica tradicional.

Material consultado:
Origen y desarrollo del cognitivismo clínico. Semerari, A. En "Historia, Teorías y Técnicas de la Psicoterapia Cognitiva" (cap. 1, pág. 29-30), Paidós, Barcelona, 2002.

Características de pacientes con depresión

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Los errores sistemáticos en el modo de pensar del individuo deprimido sirven para que persista en el convencimiento de la validez de sus conceptos negativos, a pesar de que existan pruebas de lo contrario.

1.- La deducción arbitraria (sistema de respuestas) se refiere al proceso por el que se extrae una conclusión determinada sin tener pruebas que la sustenten o cuando la prueba es contraria a la conclusión.

2.- La abstracción selectiva (sistema de estímulos) consiste en enfocar en un detalle extrapolado de su contexto y en ignorar los aspectos más evidentes de la situación, conceptualizando toda la experiencia en función de este fragmento.

3.-La generalización excesiva (sistema de respuestas) consiste en extraer una regla general o una conclusión partiendo de uno o más episodios aislados y en aplicar dicho concepto a otras situaciones, relacionadas o no con el caso específico.

4.- La ampliación o la disminución (sistema de respuestas) se reflejan en errores al valorar el significado o la importancia de un suceso, tan vulgares que pueden llegar a constituir distorsiones.

5.- La personalización (sistema de respuestas) se refiere a la tendencia del paciente a relacionar consigo mismo los sucesos externos cuando no existen elementos que puedan justificar esta asociación.

6.- El pensamiento absolutista, dicotómico (sistema de respuestas) se manifiesta en la tendencia a colocar todas las experiencias en dos categorías opuestas: perfecto o defectuoso, inmaculado o sucio, santo o pecaminoso, etc. Al describirse, el paciente elige la categoría más negativa.

Material consultado:
Origen y desarrollo del cognitivismo clínico. Semerari, A. En "Historia, Teorías y Técnicas de la Psicoterapia Cognitiva" (cap. 1, pág. 28-29), Paidós, Barcelona, 2002.

La relación terapeutica en las psicoterapias cognitivas posmodernas

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Como afirma Rosenau (1992) el lector posmoderno es un actor-receptor, un obervador-participante y un participante-observador, todo a la vez. Empleando esta metáfora, el autor-terapeuta disminuye su importancia y el lector, el cliente, adopta en las terapias construccionistas y narrativas un papel más relevante.

La sociedad posmoderna socava la noción modernista de autoridad y la hace llegar al campo terapéutico. Esto se concreta en terapia al adoptar un estilo terapéutico donde hay una gran colaboración entre paciente y terapeuta, se trabaja mucho con las narrativas y las historias, y se busca el desarrollo de significados y descripciones alternativas (Biever, de las Fuentes, Cashion y Fraklin, 1998) Y se concreta, además, en una redefinición de roles terapéuticos.

En las terapias posmodernas cambia el papel del terapeuta y del cliente. "A causa de su postura superior, el papel del autor moderno está en educar, en instaurar valores morales o en ilustrar al lector, al que no se tiene en tal alta consideración" (Rosenau, 1992). En su lugar, el terapeuta posmoderno pasa a ser un intérprete que no realiza verdades universales y no prescribe nada (Rosenau, op. cit.) Las terapias cognitivas posmodernas dan primacia al cliente-lector, que recibe ayuda a través de las técnicas terapéuticas para convertirse en quien da el significado al texto. Tal y como plantean Neimeyer y Feixas (1997), terapeuta y cliente son expertos por igual, aunque cada uno de sus respectivos dominios, mientras que la meta de la terapia está en buscar conjuntamente, y no de forma maestro-alumno, cambios en los sistemas de significado personal.

Dado que estos modelos no asumen la existencia de una realidad objetiva, externa a nosotros, ni que la podamos conocer de forma precisa o válida, el papel del terapeuta pasa de ser el de un guía en búsqueda de la validación del conocimiento, a ser el de un acompañamiento en el proceso de descubrimiento de formas más funcionales/viables de conocer. Si cuando conocemos construimos, se nos dice, la validez de este conocimiento no es un criterio que se pueda esgrimir y el terapeuta debe modificar su papel frente al cliente. Se pasa, entonces, de una relación dialéctica dominada por el terapeuta a otra caracterizada por un balance epistemológico entre terapeuta y cliente (Joyce-Moniz, 1985).

Material consultado:
La evolución cultural de las psicoterapias cognitivas: el largo y sinuoso camino. Caro Gabalda, I. En "Psicoterapias cognitivas. Evaluación y comparaciones", Isabel Caro Gabalda (comp). Cap. 1., pág. 36-37. Paidós, Barcelona, 2003.

¿Qué es el conexionismo?

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Un sistema conexionista, o una red neuronal consiste en una red de procesadores simples similares a neuronas, llamados nodos o unidades. Cada nodo tiene conexiones dirigidas a varios otros nodos, de modo que obtiene señales de algunos nodos y envía señales a otros nodos, incluyendo, posiblemente, aquellos de los cuáles obtiene señales. En la práctica, un nodo dado puede obtener input de sólo dos o tres nodos, o de tantos como dos o tres docenas. En principio, podrían ser miles. El input de cada nodo es una señal simple como una corriente eléctrica o una transmisión sináptica. Esta señal podría tener sólo los valores encendido y apagado o podría variar en una sola dimensión, la cuál llamaré fuerza. El input total de un nodo determinará su estado de activación. El nodo puede estar apagado o encendido. Podría estar encendido toda vez que obtenga un input cualquiera, o podría haber un umbral que el input tiene que alcanzar antes de que el nodo se encienda. En cualquiera de estos casos el nodo podría tener sólo dos valores, "encendido" y "apagado", o el estado de activación podría variar como una función del input total. Finalmente, algunas veces los sistemas admiten señales que inhiben la activación así como el input excitatorio.

Cuando un nodo está encendido, manda señales a los nodos con los que tiene conexiones de output. La fuerza de la señal de output es una función de su grado de activación y, nuevamente, varias funciones han sido usadas.

Las conexiones entre los nodos son análogas a las conexiones de los cables eléctricos o sinápticos. Así, tienen un grado de resistencia. El input al nodo b desde el nodo a es una función de la fuerza de señal de output de a y la fuerza entre ellos. La fuerza de la conexión entre los nodos es referida como peso. Un peso mayor significa menos resistencia: una señal más fuerte recibida.
Típicamente, en un sistema conexionista dado, las propiedades de los nodos son consideradas fijas. Los pesos, por otro lado, pueden variar como una función de la experiencia. Como resultado, es posible construir sistemas conexionistas que sean capaces de aprender de maneras muy naturales. De este modo, el aprendizaje conexionista consiste en "obtener que nuestros pesos cambien".

Para dar un ejemplo simple, si el peso entre dos nodos aumenta, significando que la resistencia es menor, siempre que ambos nodos estén encendidos juntos, aumenta la probabilidad de que cuando uno esté encendido el otro también se encienda. Esto vale para el aprendizaje simple de tipo asociacionista.

En un sistema conexionista, algunas unidades obtienen estímulos desde fuera del sistema. Éstas son unidades de input. Algunas son unidades de output. Se las piensa como enviando señales fuera del sistema. Las unidades de input pueden también obtener estímulos de nodos de dentro del sistema y los nodos de output pueden enviar una retroalimentación a nodos del sistema. El resto de los nodos, sin conexiones fuera del sistema, son llamados nodos ocultos o internos.
El marco conexionista no impone limitaciones sobre los tipos de las estructuras de nodos que son posibles.

En un procesamiento típico no se da el caso de que sólo sean activados los nodos internos y de output correctos. Típicamente, hay mucha actividad, con nodos encendiéndose y apagándose, enviando y recibiendo señales repetidamente hasta que el sistema "se asienta" en una configuración estable que constituye su solución al problema planteado. Imagínese un grupo de luces conectadas, encendiéndose y apagándose hasta alcanzar gradualmente un estado estable con algunas encendiéndose y algunas apagándose.

Varias diferencias entre el conexionismo y la arquitectura clásica son aparentes. En la arquitectura clásica, lo que ocurre en todo el sistema es controlado por el programa que está en la unidad de procesamiento central (UPC). En un sistema conexionista, no hay un ejecutor central, y no hay un programa que determine lo que ocurre en el sistema. Todas las conexiones son locales, de modo que cada nodo sólo sabe lo que obtiene de los nodos con los cuáles está conectado. Y la única información que un nodo comunica a otro es "Estoy encendido, (tanto)". Nadie en el sistema sabe más que eso. Así, en particular, nadie en el sistema sabe lo que el sistema como una totalidad, está haciendo. Además, lo que ocurre en un lugar del sistema es independiente de lo que ocurre en otra parte del mismo. El comportamiento de cada nodo está determinado sólo por su estado actual y su input. Sin embargo, los sistemas conexionistas pueden ser interpretados como representando globalmente contenido interesante cuando se encuentran en un estado particular, y como teniendo almacenado (en los pesos) conocimiento que no está representado en ese momento de manera activa.

"Conexionismo" es un buen nombre para la familia de sistemas que se ajustan a esta descripción. Por otro lado, aunque igualmente aceptado, el término "paralelo", me parece menos afortunado. Puede llevar a confusiones dado que puede sugerir muchas secuencias separadas que van en paralelo, cada una de acuerdo con su propio programa. Ésta no es la descripción correcta de los sistemas conexionistas. Ellos no involucran procesos paralelos independientes que estén programados o bien ínsitos aunque en principio programables. Se caracterizan por un procesamiento local simultáneo distribuido sobre todo el sistema. Desde este procesamiento local simultáneo emerge una configuración estable del sistema, la cual constituye la solución del sistema al problema planteado.

Material consultado:
Tienson, J.L. (1995) Una introducción al conexionismo. En E. Rabossi (Comp.) Filosofía de la mente y ciencia cognitiva. Barcelona: Paidós. Cap. 13, pp. 367 – 370.

Recategorización

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Es uno de los instrumentos fundamentales. Consiste en ayudar al paciente a cambiar el significado que le otorga al curso de ciertos hechos o acontecimientos. Este recurso es especialmente útil cuando el paciente se muestra rígido en una interpretación de las cosas que le es perjudicial. El terapeuta puede ayudar al paciente, mostrándole de manera persuasiva alternativas diferentes en el modo de observar las cosas. Toda vez que es posible, el humor suele ser un recurso adicional de gran utilidad para esta técnica. Seleccionamos, a continuación, tres ejemplos frecuentes de creencias rígidas que pueden modificarse cognitivamente.

Absolutismo: El paciente tiende a pensar que la única alternativa es "todo o nada". Muchas personas se ven atrapadas en graves conflictos debido a su incapacidad para aceptar términos intermedios en sus evaluaciones. Esto puede resultar muy negativo, tanto cuando se aplica a los propios actos como a la conducta de los demás. La posibilidad emitir juicios relativos es una de las propiedades que protege a muchas personas del descontrol y de la realización de actos impulsivos.

Generalización: "Todo me sale mal", suelen opinar algunos pacientes a continuación de algún fracaso importante. Este esquema es, en cierto sentido, una variante del anterior. Al generalizar, la persona pierde capacidad de discriminación. Quiénes sufren de depresión suelen ser individuos propensos a emplear este tipo de esquemas orientado hacia el polo negativo. La habilidad del terapeuta consiste en realizar argumentaciones confrontativas sólidas. Para ello cuenta con el valioso aporte de sus observaciones sobre experiencias favorables o positivas aportadas previamente por el paciente.

Selectividad perceptiva: Es el mecanismo inverso del anterior. El paciente atiende especialmente a ciertos signos específicos de su experiencia, movido por un radar inconsciente que lo lleva a enfocar ciertos detalles que confirman su preocupación o su impedimento. Es un tipo de esquema que se presenta, entre otros ejemplos, en aquellos pacientes con preocupaciones obsesivas. La técnica se orienta, distractivamente, a reorientar la atención del paciente para diversificar el ingreso de información en su sistema mental.

Material consultado:

Fernández Alvarez, H. Terapia Cognitiva. (1999) En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos", AH Editores, Buenos Aires, págs. 239-240.

El lenguaje podría explicar la mala memoria de sucesos de la niñez

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FUENTE: Psychological Science, 2002,13.

Informa Reuters

Por Melissa Schorr

NUEVA YORK (Reuters Health) - Es posible que los niños sean incapaces de recordar acontecimientos de su niñez temprana debido a que entonces no poseían las facultades para procesar información por completo y más tarde recordar esas memorias, informaron investigadores.

"Proponemos que una razón por la que no podemos recordar muchas cosas de nuestra infancia o niñez temprana es porque esos recuerdos tempranos existen en un formato diferente al de las memorias almacenadas cuando somos niños mayores y adultos", dijo a Reuters Health la autora del estudio, Harlene Hayne, profesora asociada de psicología y directora del Proyecto de Aprendizaje Precoz de la Universidad de Otago, en Dunedin, Nueva Zelanda.

Los investigadores realizaron un estudio para investigar el fenómeno conocido como amnesia de la niñez, la razón por la que las personas no tienen generalmente memorias anteriores a los tres o cuatro años.

Aunque Sigmund Freud sostenía la teoría de que los recuerdos tempranos sufren un proceso de represión, los psicólogos modernos sospechan que la causa podría subyacer en el grado de inmadurez del proceso de la memoria.

Hayne y su colega, Gabrielle Simcock, sospechaban, sin embargo, que el desarrollo del lenguaje podría jugar un papel.

"La memoria por sí misma no presenta etapas de ritmo limitado", dijo Hayne. "Estudios anteriores mostraron claramente que incluso niños muy pequeños pueden formar y recordar memorias incluso después de largos períodos".

Las investigadoras decidieron estudiaron niños de 27, 33 y 39 meses de edad. Se presentaron en las casas de los chicos y jugaron un juego específico con ellos. A continuación, realizaron un seguimiento a los seis meses y al año, pidiendo a los niños que describieran verbalmente el juego, que reconocieran los dibujos relacionados con el juego y que finalmente recrearan nuevamente el juego.

Las investigadoras también pidieron a los padres que escribieran las palabras que los niños conocían en el momento del juego y durante cada visita posterior, señaló el informe publicado en la edición de marzo de la revista Psychological Science.

Las científicas hallaron que los niños fueron, por lo general, capaces de describir el juego, reconocer los dibujos e incluso recrear el juego. Sin embargo, no parecieron ser capaces de describir sus recuerdos sobre el juego usando palabras que no conocían en el momento de jugar, pero que aprendieron después.

"La capacidad de los niños de ofrecer una descripción verbal del acontecimiento se congeló en el tiempo, reflejando su vocabulario en el momento en que ocurrió, no en el tiempo de la prueba", explicó Hayne.

"En ningún momento, durante el recuento verbal, un niño usó alguna palabra aprendida en la porción de la prueba que no tuvo relación con su vocabulario en el momento que ocurrió", añadió.

Por ejemplo, si el niño no conocía la palabra pelota en el momento de la prueba, pero jugó con una pelota, a pesar de que estuviera familiarizado con la palabra un año después, fue incapaz de usar dicha palabra para describir con precisión el recuerdo de ella.

Estos hallazgos implican que los niños son incapaces de acceder a sus recuerdos antes de que sus facultades de lenguaje se hubieran desarrollado.

"Los niños no mostraron evidencia de que podían traducir en lenguaje aspectos preverbales de sus recuerdos, a pesar de que poseyeran el vocabulario adecuado en el momento de la prueba", dijo Hayne.

"El cambio en el proceso de memoria preverbal a verbal puede hacer que esos recuerdos se tornen inaccesibles a la expresión verbal más tarde en el desarrollo", añadió Hayne. "Puede que para los niños sea difícil, aunque no imposible, hacer un recuento verbal de un acontecimiento que ocurrió antes de la adquisición del lenguaje".

Sin embargo, Hayne indicó que los padres no deberían descartar un viaje formativo a Disney World con sus hijos o hacerles experimentar otros momento memorables.

"Las experiencias de calidad nunca desaparecen de los niños", indicó. "Aunque los chicos no retengan un recuerdo narrable en su totalidad de sus experiencias, el efecto puede facilitar consiguientes logros cognoscitivos, incluido el desarrollo del lenguaje, el aprendizaje y las facultades para resolver problemas".

Extraido de http://www.geocities.com/psicoresumenes_2/articulos/lenguaje.htm

Los motivos más frecuentes de consulta

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¿De qué se quejan las personas que van a consultar a un terapeuta? Aunque existe un número extraordinariamente amplio de motivos que impulsan a la gente a realizar una consulta, parece claro que todos ellos pueden agruparse en tres grandes categorias:

a) Algunas personas se sienten molestas por algún síntoma definido, por algún malestar que tiene una forma específica de manifestarse. Son las personas que sufren depresiones, que dicen estar angustiadas, que tienen problemas para dormir, que padecen inhibiciones, que tienen temor a hablar en público, que no pueden controlar la compulsión por la limpieza, que son tímidas o que no pueden controlar sus reacciones agresivas. También pertenecen a este grupo aquellos individuos cuyos problemas psicológicos afectan su estado físico, como el caso de las personas alérgicos, con problemas gástricos o con asma. Igualmente merecen estar incluidos aquí aquellos seres a los que sus dificultades personales les ocasionan problemas en su trabajo o en sus estudios (falta de concentración, inconstancia, temores ante el éxito).

b) Otras personas se sienten mal porque encuentran especiales dificultades en algún vínculo. Las más habituales son los problemas familiares (dificultades en la relacion entre padres e hijos o enfrentamientos en el interior de una fratría) y de pareja (desencuentros y peleas, infidelidad, problemas psicológicos relacionados con la esterilidad). Menos habitualmente, los problemas de comunicación que llevan a una consulta pueden originarse en el seno de otros vínculos como relaciones laborales o grupos de desarrollo.

c) Finalmente hay personas que se sienten mal sin que ello obedezca a ningún síntoma específico ni a un problema de comunicación en particular. Son individuos que se sienten confundidos por la manera en que llevan adelante su vida, que no encuentran una forma de vivir que les satisfaga, que se sienten molestos con su forma de ser en general, cuya preocupación no está centrada en nada particular, sino en su manera de vivir en general.

Material consultado:
Fernández Alvarez, H. Terapia Cognitiva. (1999) En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos", AH Editores, Buenos Aires, págs. 220-221.

Factores de predisposición a experiencias de padecimiento

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Los cuatro factores más importantes son los siguientes:

1) La disposición básica (o condiciones naturales del individuo).

No todas las personas nacen con las mismas capacidades intelectuales y emocionales. Resulta evidente que hay personas más vulnerables que otras a verse envueltas en problemas y a dejarse invadir por conflictos.

¿Por qué algunos individuos son más vulnerables que otros?

Dicha vulnerabilidad puede ser la expresión de un déficit constitucional (presente desde el nacimiento) que impide enfrentar adecuadamente determinadas situaciones o puede ser el resultado producido por reiteradas condiciones desfavorables a las que estuvo expuesto el individuo desde temprana edad (carencias, malos tratos, consentimiento, falta de límites). Además, las personas pueden volverse vulnerables en momentos posteriores de su vida como consecuencia de episodios vinculados con su evolución o por acontecimientos graves en los que se ven involucrados.

2) La orientación de los mandatos.

La orientación inicial de nuestra vida depende de los mandatos que le sirven de guía. En primer lugar nos orientamos con los mandatos que recibimos desde el momento en que fuimos concebidos y que se actualizan desde nuestro nacimiento. Esos mandatos, son transmitidos originalmente por los padres, representan también la voluntad de nuestro grupo social respecto de lo que se espera de nosotros. Son los ideales que transmiten los Sistemas de Creencias de nuestro marco cultural. Son los valores que regulan nuestro mundo. Aunque en principio están constituidos por un conjunto de normas y obligaciones, contienen también instrucciones y claves para enfrentar las dificultades.

No todos los mandatos tienen la misma fuerza, el mismo rigor ni la misma estrictez. Por ello la orientación que nos brindan puede tener márgenes con grandes variaciones, desde modelos muy rígidos a otros muy flexibles, desde esquemas muy abarcativos a otros muy especificos.
Lo primero que debemos hacer es tratar de cumplir con los mandatos que hemos recibido. Cuando las circunstancias nos resultan favorables en ese sentido, nuestra evolución se realiza sin tropiezos. Sin embargo, en muchas ocasiones, eso no es posible en gran medida. También allí podemos encontrar las raíces de nuestros problemas cuando, por ejemplo, los preceptos de nuestros mandatos resultan excesivos para nuestras posibilidades.

3) El balance de las experiencias vitales.

Nuestra capacidad para enfrentar las sucesivas dificultades depende, además, de los resultados que obtenemos en cada uno de los emprendimientos que llevamos a cabo. Somos evaluadores permanentes de nuestras conductas y estamos naturalmente preparados para vernos fortalecidos con el éxito y a vernos debilitados con el fracaso. Nos manejamos en base a los resultados que vamos obteniendo con nuestras acciones. Aprendemos a reconocer qué cosas y qué situaciones nos resultan favorables, agradables, beneficiosas y cuáles no.

En conexión con ello se encuentra un fenómeno de gran importancia para la terapia: la capacidad anticipatoria de la conducta humana. Esto quiere decir que la estimación que hacemos de los efectos de nuestros comportamientos incide de manera muy poderosa sobre las consecuencias que esperamos habrán de tener las nuevas conductas que podamos emprender en el futuro. Como resultado de ello, muchas veces tendemos a vernos influidos fuertemente por los resultados de nuestras propias acciones. Así por ejemplo, el éxito en alguna tarea nos predispone a ser más eficientes y, contrariamente, el fracaso, nos induce a equivocarnos aún más.

4) Los límites del contexto en que se desarrolla su vida.

Mientras todas esas cosas ocurren, no vivimos aisladamente, tratando de superar las dificultades metidos en una cápsula separada del mundo, sin otras interferencias. Muy por el contrario, como seres sociales que somos, vivimos dentro de determinados contextos, donde cada uno de nosotros está luchando por superar sus propias dificultades al mismo tiempo que lo hacen los demás. Nacemos en el seno de determinados grupos y vivimos formando parte de esos y otros grupos. Los grupos son los que generan la cultura y son también los que garantizan nuestra identidad.

Pero actuar dentro de un grupo no es algo sencillo, porque los grupos son, también, un ámbito de lucha. Por múltiples razones, los integrantes de un grupo pueden enfrentarse y competir entre sí, dificultándose así la posibilidad de encontrar lugares adecuados para uno o más individuos. En situaciones extremas, alguna persona puede verse empujada hasta el límite de su pertenencia y verse amenazada con la exclusión, con lo que se puede provocar una crisis de gran magnitud. Necesitamos lograr un buen posicionamiento en los grupos en los que participamos y las dificultades que encontramos en ello son un componente más de nuestro conflictos.

Material consultado:
Fernández Alvarez, H. Terapia Cognitiva. (1999) En "El bienestar que buscamos. Tres enfoques terapéuticos", AH Editores, Buenos Aires, págs. 207-212

Definición: Cognición y Terapia Cognitiva

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Dos definiciones a cargo del maestro Héctor Fernández Alvarez:

La Terapia Cognitiva es un tratamiento psicológico cuyo objetivo es ayudar a las personas que ven afectada su calidad de vida debido al padecimiento provocado por las dificultades que encuentran para resolver problemas específicos en su conducta, en sus emociones o en sus relaciones interpersonales o bien por las limitaciones que experimentan para poder concretar un proyecto personal.

Cognición: Unidad mental que le sirve al ser humano para captar y organizar la realidad, tanto interna como externa. Toda cognición implica llevar a cabo una operación intelectual, está asociada con alguna emoción y permite, de manera simultánea, emitir un juicio sobre esa realidad.

¿Por qué no cambia la gente?

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Porque no puede cambiar

No podemos cambiar aquellas condiciones propias que no podemos controlar voluntariamente. No podemos cambiar cambiar intencionalmente los aspectos propios que están fijados, cerrados y totalmente determinados por fuerzas ajenas a nuestro control. Nuestra composición genética, nuestra ubicación temporal en la historia, nuestra bioquímica y el status social de nuestras familias de origen son factores dados que no fueron determinados por nosotros. Son variables relativamente estables que no están abiertas generalmente al cambio intencionado.

Tampoco se pueden cambiar los aspectos propios de los que no somos conscientes.

La gente tampoco puede cambiar si no se cree que se puede cambiar. Podemos desmoralizarnos con respecto a nuestras capacidades para cambiar y concluir que no tenemos el poder o fuerza interior suficientes para cambiar.

Si se considera que las conductas problemáticas particulares están bajo un control biológico, la conclusión más probable es que no se pueden controlar este tipo de comportamientos.

De la misma forma que la gente desplaza toda la responsabilidad del propio comportamiento a los procesos biológicos, también puede proyectar todos los controles sobre las fuerzas exteriores, tales como la familia, la sociedad o el destino.

La gente no puede cambiar si cree que el autocontrol es demasiado débil para cambiar los fenómenos psicológicos que están parcialmente bajo control de la biología o la sociedad.

Porque no quiere cambiar

Incluso si la gente cree en el propio poder para cambiar, se dan condiciones bajo las cuales puede que no se quiera cambiar. No se quiere cambiar cuando se percibe que los pros de las conductas problemáticas superan los contras de estos comportamientos. Generalmente tampoco se quiere cambiar cuando los beneficios del cambio sólo igualan a los costes del cambio. Oímos a la gente de cir: "Sé que este comportamiento algún día me matará, pero me gusta y me ayuda a calmar el estrés". Hay menos probabilidades de querer el cambio cuando se deben dejar de lado los beneficios inmediatos, como el placer o la reducción del estrés, a cambio de reducir unos riesgos a largo plazo, como la enfermedad o la muerte. Se puede comprender a las personas que no quieren hacer estos cambios desde una perspectiva psicoanalítica, que considera el principio de placer primero y más poderoso que el principio de realidad. También se puede defender esta condición desde una perspectiva conductual en la cual las consecuencias inmediatas ejercen mucho más control sobre el comportamiento que las consecuencias tardías (Prochaska & Norcross, 1998).

También es posible que las personas no quieran cambiar cuando perciben que los demás intentan presionarles u obligarles a cambiar. El deseo de controlarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno puede causar una resistencia a cambios que podrían sernos favorables.

Porque no se sabe como cambiar

Se puede querer cambiar pero no saber cómo. Incluso con la ayuda de las mejores terapias disponibles, la mayoría de los alcohólicos, drogadictos, obesos y fumadores recaerán en su adicción en un año o dos después de su tratamiento (Hunt & Matarazzo, 1973).
Mucha gente llega a la terapia creyendo que puede cambiar y por eso viene. Quiere cambiar, pero no sabe cómo cambiar y por eso está aquí.

Desafortunadamente, muchos pacientes llegan a la terapia creyendo que los terapeutas tienen el conocimiento para ayudarles a cambiar rápidamente sus problemas crónicos. Los problemas concretos, como el caso de la impotencia, se pueden resolver con rapidez. Pero, en el caso de problemas crónicos se necesita mucho más tiempo para cambiar. Como media, los pacientes siguen una terapia de tres sesiones. El resultado es que no dan a la terapia o a los terapeutas la oportunidad de ayudarles a cambiar. Si no saben cambiar, incluyendo el tiempo que se necesita para cambiar, es poco probable que se recuperen de los problemas conductuales crónicos.

Porque no se sabe qué cambiar

Muchos pacientes llegan a la terapia sin saber qué tienen que cambiar. Se sienten desorientados con respecto a las causas y soluciones de su problema.

Si consultan a un terapeuta conductual, éste les animará a analizar los antecedentes inmediatos y las consecuencias de su problema. Estos estímulos situacionales se consideran las causas claves o los controles de comportamiento y tendrán que cambiarse si quieren modificarse el problema con la bebida.

Para los terapeutas cognitivos, lo básico no son los hechos precedentes o posteriores al problema en cuestión sino cómo se procesan o se consideran estos hechos.

La consulta a un terapeuta interpersonal llevará al cliente a analizar sus modelos y conflictos interpersonales, considerados como la base de la mayoría de las psicopatologías.

Los terapeutas familiares que se basan en la familia de origen, animarían a los clientes a entender sus reglas y relaciones familiares iniciales más que sus modelos interpersonales actuales.

Los terapeutas psicoanalíticos y psicodinámicos pueden ayudar a los clientes a analizar los conflictos intrapersonales que pueden ser la base de los síntomas.

No es de extrañar que muchas personas se sientan confundidas con respecto a lo que tienen que cambiar, si cinco tipos de terapeutas diferentes atribuyen a cinco causas diferentes sus problemas. Y ni siquiera hemos mencionado los terapeutas orientados biológicamente o espiritualmente u otras orientaciones de las más de 400 terapias que existen actualmente (Prochaska & Norcross, 1998). Si los terapeutas no se pueden poner de acuerdo en qué necesidades es preciso cambiar con el fin de ayudar a superar los problemas de las personas, entonces cómo podemos esperar que la gente sepa lo que tiene que cambiar?

Para responder o problematizar esta cuestión ver en esta misma página:
Factores compartidos por todas las psicoterapias.
y
Eficacia comparativa de las distintas psicoterapias.

Material consultado:
¿Por qué no se mueven los continentes? ¿Por qué no cambian las personas? Prochaska, J. O. y Prochaska, J.M. Revista de Psicoterapia, Vol XII, Nº 46-47, 17-35, 2001.